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PAC 120 – La alianza objetiva del liberalismo intervencionista y del realismo Las operaciones Sangaris, Serval, Barkhane en República Centroafricana

Por Jean-Jacques Roche
Traducción: Ulises Aquino

Passage au crible n°120

Hace un año, el 5 de diciembre de 2013, Francia desplegaba en República Centroafricana la operación militar Sangaris , la 7ª desde la independencia de ese país en 1960. El ejército francés llegaba a Bangui con la misión de eliminar las milicias de la Seleka (musulmanes) que habían tomado el poder y multiplicaban las exacciones contra los anti balakas (cristianos). Se trataba además, de preparar el terreno para una fuerza internacional que las Naciones Unidas habían aceptado constituir ese mismo día (MISCA).

Contexto histórico
Marco teórico
Análisis
Referencias

Contexto histórico
Actualmente, el espectro del genocidio ruandés se ha alejado. Sin embargo, 2.5 millones de centroafricanos siguen siendo dependientes de la asistencia humanitaria. En cuanto a los desplazados, se cuentan por cientos de miles. Al mismo tiempo, en Chad, país vecino de la RCA, otras fuerzas francesas también se han desplegado en el marco del dispositivo Barkhane. Este último da continuidad a la operación Serval establecida en Mali para luchar contra los terroristas islámicos, los traficantes y los secesionistas; su alianza amenazaba la estabilidad de toda la zona del Sahel. Recusando las prácticas heredadas de la Francia colonialista en África y el rol de gendarme del continente, Paris justifica su doble presencia por consideraciones diferentes: la primera intervención se inscribe en el marco R2P (Responsabilidad de Proteger), mientras que la segunda respetaría simplemente los acuerdos de cooperación.

Marco teórico
Estas justificaciones se inscriben en dos corrientes distintas – quizás opuestas – de las teorías de las Relaciones Internacionales.
1. La responsabilidad de proteger (R2P). Publicada en 2001 consecuencia de los trabajos de la ICISS (International Comission on Intervention and State Sovereignity) este concepto tomó el lugar de las nociones anteriores de injerencia, de deber, luego de derecho de intervención. La evolución semántica traducía de hecho el desarrollo de un proyecto aparecido desde el debut de los años ochenta por la conjunción de cuatro fenómenos. En un primer momento, la investigación académica permitió la convergencia de los enfoques realistas (a partir de los trabajos de Kenneth Waltz luego de Richard Ullman) y del peace keeping escandinavo (Johan Galtung) a través de la idea de “seguridad social”. Rápidamente las comisiones de reflexión de Naciones Unidas (O. Palme, G. Brundtland, W. Brandt
) lo recalificaron como “seguridad global”, expresión que sería después oficializada por la Conferencia tratando sobre los lazos existentes entre desarmamento y desarrollo de 1987. El tercer elemento, la diplomacia de los derechos humanos que se oponía en gran medida al derecho humanitario evolucionaba mientras los French doctors sitiaron la Secretaría de Estado para los derechos humanos y facilitarían la adopción de las primeras resoluciones de la Asamblea General sobre la injerencia (43/131). Finalmente, el posicionamiento diplomático de las potencias medias como Canadá en favor del “fredom for fear” (Gareth Evans, Lloyd Axworthy) y de Japón favorable al “fredom from need” (Sadako Ogata) contribuía sustancialmente a la transformación de la agenda internacional. La caída del Muro de Berlín, como evento emblemático, contribuía a traer a la luz la convergencia de esas cuatro tendencias mundiales que los autores liberales interpretan como el advenimiento de un “mundo post westphaliano”. Remplazando las “bolas de billar” -que simbolizaban para Arnold Wolfers las relaciones entre los Estados asemejados a gladiadores hobbesianos- por la telaraña de John Burton o la red de Norbert Elias, los adeptos de este nuevo mundo intentaban así sustituir a la lógica weberiana de los Estados, esa de la solidaridad de Durkheim de una sociedad civil, emancipada de toda sumisión ciudadana exclusiva. Muy radical, la injerencia fue sin embargo rápidamente reemplazada por el “derecho de intervención” (resolución 770 de 1992), luego por el “deber de asistencia humanitaria”. Esta última calificación parecía querer enterrar el principio contraponiendo un deber moral (la asistencia humanitaria) al derecho positivo de los Estados antes que la CISE no formalizara las condiciones de cohabitación entre la obligación de asistencia a las poblaciones en situación de urgencia (“el deber de no injerencia termina donde el riesgo de no asistencia comienza” según François Miterrand) y el respeto de la soberanía de los Estados. Oficializado en 2005 por los puntos 138 y 139 del documento final de la Cumbre del 60 aniversario de las Naciones Unidas, el concepto de R2Pse retomó en septiembre 2009 por la Asamblea General de las naciones Unidas quienes adoptaron por consenso la resolución A/RES/63/308.
2. El apego a la tradición realista. Las operaciones Serval luego Barkhane realizadas paralelamente a la intervención Sangaris están, a su vez, en consonancia a la tradición realista. Su justificación se inscribe en efecto completamente en el marco tradicional de las relaciones interestatales. El primer argumento reposa sobre la demanda de asistencia de un país aliado y del derecho de legítima defensa colectiva reconocido por el artículo 51 de la Carta. En la medida en que este apoyo sea conforme a los acuerdos de defensa concluidos por Francia con múltiples de sus colonias africanas, no es ni siquiera necesario un argumento teórico ya que toda ausencia de intervención habría sido interpretada como la manifestación de una estrategia de evasión y de no respeto de los compromisos contraídos. Paralelamente, las responsabilidades históricas de Francia con respecto a sus antiguas colonias explicaría el recurso a la retórica clásica de la “fila” y de la defensa de los “valores” por la cual el Estado Francés utiliza sus fuerzas armadas a la vez como “escudo” y como “bandera” de sus ambiciones de poder. A este respecto, estos movimientos lejanos y costosos participan de eso que John Mearsheimer llama “la fatalidad de las grandes potencias” obligadas a intervenir para justificar su estatus. Finalmente, invocar el riesgo de seguridad se inscribe en el marco del neorrealismo que ha reemplazado el poder por la seguridad como piedra angular de las instituciones internacionales (C. Glaser, J. Grieco). La situación de los Estados fallidos siendo considerados unánimemente como una fuente principal de inseguridad mundial (Libro Blanco de la Defensa de 2013, Estrategia Europea de Seguridad de 2003 y de 2008), esas intervenciones pueden fácilmente justificarse por el interés de Francia de estabilizar las zonas grises susceptibles de convertirse, en el corto plazo, en una amenaza directa para su propia seguridad.

Análisis
Cómo conciliar entonces estos dos enfoques, teóricamente contradictorios, pero diplomáticamente comprensibles. Tres elementos pueden ser invocados aquí. Primero, pareciera claramente que nos encontramos frente a situaciones distintas que imponen soluciones diferentes. A la imagen de Canadá que puede conducir políticas sobre la seguridad humana alrededor del mundo y defender con argumentos realistas sus derechos marítimos en el Paso del Noroeste, Francia trata de invocar sus valores y sus intereses para emprender las operaciones – más complementarias que verdaderamente contradictorias – en los ámbitos de acción (issues) y zonas que no requieren las mismas respuestas. En segundo lugar, el two-level game liberal es por lo tanto integrado por el realismo (neoclásico) que admite la influencia de las consideraciones interiores sobre las prácticas exteriores. Así, el apoyo de la opinión pública, necesaria para una operación destinada a durar como Barkhane tiene como contraparte una intervención de tipo humanitario, como Sangaris en la RCA. Finalmente, liberales y realistas han llegado a atenuar su oposición en la medida en que el concepto de seguridad global – en la cual la seguridad humana es uno de sus componentes – impone la toma en consideración de la seguridad de cada individuo. Sin embargo, esta condición necesaria para la seguridad global no es por lo tanto suficiente. En efecto, es necesario establecer un nuevo equilibrio entre el derecho natural y la seguridad de cada individuo y las exigencias del derecho positivo, equilibrio que es necesario actualmente redefinir sin hacer referencia a las prácticas pasadas.
Si un problema de coherencia subsiste, este debe sin embargo ser considerado en principio invertido en la medida en que la multiplicación de intervenciones de carácter humanitario preconizados por los liberales aparece sin embargo como factor de inestabilidad, mientras que el realismo se contenta con construir la paz sobre el equilibrio de las amenazas. Reinventando la guerra justa, causas liberales deben ser ahora consideradas como amenazas a la paz de los Estados, la cual sin embargo fue adquirida por el olvido (y el sacrificio) de las sociedades civiles. Entre dos males, resulta posible elegir el menor, pero no es seguro que la paz pueda estar en la cita de la convergencia de las doctrinas que consideran la fuerza como indispensable para la paz de los Estados (realismo). Evitar los efectos negativos de esta convergencia impone quizá prestar atención a las enseñanzas de la escuela crítica que, con Ken Booth, ilustra los tres mayores riesgos para la paz mundial 1) el culto de la emergencia (presentismo), 2) la justicia transitoria (culturalismo), y 3) la supuesta neutralidad científica.

Referencias
Booth Ken, “Human Wrongs and International Relations”, International Affairs, 71 (1), 1995, pp. 103-126.
Glaser Charles L., “Realist as Optimist. Cooperation as Self help”, International Security, 19 (3), Winter 1994-1995, pp. 50-90.
Jeangène-Vilmer Jean-Baptiste, La Guerre au Nom de l’Humanité. Tuer ou Laisser Mourir, Paris, PUF, 2012.
Roche Jean-Jacques, “La Société Civile et la Guerre”, in : Josepha Laroche, Yves Poirmeur (Éds.), Gouverner les Violences. Le processus civilisationnel en question, Paris, L’Harmattan, 2013, pp. 231-246.
Ullman Richard, “Redefining Security”, International Security, 8 (1), Summer 1983, pp. 129-153.